
Resuenan
cánticos y risas, ecos y tañir de campanas... Así eran
las fiestas y juegos, con el vino en el cuerpo y baile
en la plaza.
Subían
la cucaña, hábilmente ensebada por los mozos del pueblo que
no querían que la buena bota de vino, que había de premio,
la llevase un forastero.
Así,
tanto subir, trepar, bajar, caer, se volvía más resbaladiza
y más difícil era conseguir el premio.
Competían
a la tajuela, con piedras y chites.
Y
llega la noche. Y se apagan poco a poco los ruidos. Se pierde
la tarde y sólo queda el recuerdo de la fiesta que fue.
¿Y
dónde quedaron los juegos de escuela? Un recuerdo para las
tabas, las chapas...
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